BREVE TRATADO SOBRE LA VIOLENCIA EN COLOMBIA EN EL SIGLO XX A TRAVÉS DEL ARTE
La influencia que generó el
arte en el siglo XX en la República de Colombia abarcó varios puntos de vista
que fueron de grata importancia en el contexto social del país; la violencia, por
ejemplo, ha marcado de manera indeleble la cultura colombiana y dentro de la
temática del arte y la violencia colombiana en la segunda mitad del siglo XX, tuvo
un gran reconocimiento la pintura de Alejandro Obregón (1920-1992)
conocida como Masacre 10 de abril (1948) la cual, en la Colombia de
1948, Obregón presenció la insurrección popular que desencadenó el 9 de abril
el asesinato del jefe liberal Jorge Eliecer Gaitán; lo que vio y sintió Obregón
en medio de la multitud enfurecida quedó plasmado en Masacre 10 de abril.
Las masacres de fines de los años
cuarenta y de los años cincuenta, atizadas por los odios políticos, estaban
anunciando las masacres que en los años ochenta y noventa han perpetrado
guerrilleros, paramilitares y miembros del ejército. De esta locura, han dado
cuenta con auténtica maestría el pintor y grabador Alonso Quijano, al
concebir una breve pero intensa serie de xilografías (arte de grabar en madera)
que figuran entre las mejores del arte colombiano sobresaliendo una cuyo título
resume acontecimientos vividos: La cosecha de los violentos (1968), de
eficaz colorido y aterradora belleza; otra obra como Le incendiaron elrancho (1950) de Pedro Nel Gómez, plasma un recuerdo de La Violencia
que vivió Colombia en estas décadas y que, aún sigue vigente en el territorio
nacional.
La amargura, la frustración y
la rabia son los acicates que ponen en acción al artista, de allí que Carlos Correa, haya pintado en Violencia (s.f.), una familia crucificada
pero no de cualquier manera porque una de las victimas ha sido además
decapitada.
Sobre las autodefensas
campesinas, Alipio Jaramillo retrata en su obra Autodefensas (1950),
que el sistema organizativo de las autodefensas campesinas partía del núcleo
familiar. Hombres y mujeres tenían un puesto que ocupar y una misión que
cumplir a la hora de proteger sus hogares. En el lienzo de Alipio, un incendio
delata que la labor de exterminio ha golpeado un lugar de la sierra cercana,
poniendo en estado de alerta a los vecinos, que todos a una se movilizan
armados.
En los años ochenta, la
tortura y el secuestro se volvieron preocupaciones mayores de la sociedad
colombiana. Se secuestraba generalmente por dinero, pero también por las
repercusiones políticas que podía alcanzar a tener el plagio. Cualquiera fuera
el motivo, ser secuestrado supone vejación, angustia, encerramiento, soledad, inmovilidad,
etc., condiciones que Jim Avaral resume perfectamente en el bronce
titulado Secuestro (1996).
En un fotomontaje realizado
por Gustavo Zalamea (Palacio de Justicia: 1974), hace referencia
a la toma en 1985 del Palacio de Justicia por el M-19 (Movimiento 19 de abril)
y la masacre que posteriormente tuvo lugar, tras el asalto al edificio por los
militares.
La crítica descarnada, total y
en mi concepto verdadera, la realiza Bernardo Salcedo en No hay
cóndores, no hay abundancia, no hay Libertad, no hay canal, no hay escudo. No
hay patria (s.f.) que desmonta con sorna el escudo nacional por la simple
razón de que nada, en su contenido original, sea verdad en este momento.
La tragedia que estremece a
Colombia es de magnitud y su tendencia no es a la baja, de modo que día a día
aumenta el número de víctimas; Patricia Bravo también lleva a cabo en Mata, que Dios perdona (1998) esa lucha tenaz contra el olvido. En lo que podría ser la
obra infinita de continuarse la operación año tras año, Bravo ha escrito en un
cielo de sangrientos arreboles los nombres de los ciudadanos caídos entre el
primero de enero y el 31 de diciembre de 1998. Son centenares de hombres y
mujeres de todas las edades y condiciones sociales que sus ejecutores
despacharon porque Dios, según ellos, los comprende y los perdona.
En un momento de gran
complejidad en la sociedad colombiana, los asuntos internacionales entran en
nuestra cotidianidad, como el imperialismo agresor; el arte revolucionario estaba
presente. En una fotoserigrafía de Diego Arango y Nirma Zarate, Sin título (1973), se observa perfectamente esa época revolucionaria en el país donde
la huelga y la protesta eran el fuerte de la juventud.
Hoy en día, las huelgas
y las protestas ponderan en varias ciudades colombianas como un fenómeno de
nunca acabar y la no integración del dialogo como actor-mediador en la solución
del conflicto.
El arte ha venido siguiendo la
problemática social diaria de nuestro país. Con un retrato o una pintura, el
arte quiere reflejar a través de imágenes una actualidad real de lo que está
sucediendo en la Nación; es el caso del reconocido artista colombiano Fernando
Botero que, con sus famosas “Gordas”, ha venido retratando conceptos
alusivos al narcotráfico, a la guerrilla y la justicia colombiana.
Por útlimo, las
fotografías también son elementos importantes dentro del arte donde se visualizan
situaciones extremas como la Toma al Palacio de Justicia en 1985 durante la Administración
de Betancourt Cuartas o la muerte del temible narcotraficante Pablo Escobar Gaviria en 1993 en el Gobierno de Gaviria.
Coletilla. El arte, es
pues, una rama responsable que encamina al receptor a mirar la verdad no solo
del país sino del mundo ya que, como decía el estructuralista italiano Umberto Eco: “… El arte es una manera de «formar» o comprender el mundo, a
través de las estructuras formales de la obra de arte…”.
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