DIARIO DE VILLA IMPERIAL

“¡Salud, Oh! Funza de mis amores,

rincón de flores primaveral,

trabajadora y agricultora,

encantadora Villa Imperial”.

 

(CORO HIMNO MUNICIPAL DE FUNZA)

 

Se podía percibir por entre las calles funzanas un ambiente frío de esos que rondan con asiduidad en la grandilocuente Sabana de Bogotá como vientos, a manera de almas en pena, a ver si se avecinaba un torrencial aguacero de esos que, muy frecuentemente, empañan, en el mejor sentido de la palabra, tan abstruso territorio lleno de fábulas por contar __comenzando por su vocación nativa__, e ilustres comentarios que por ahí se escuchan a murmullos por parte de sus gentiles moradores acerca de su historia o sobre aquellos vecinos que con sus manos laboriosas, esos orgullosos labradores de tierra, por ejemplo, ponen un grano de arena para contribuir con su loable desarrollo: Funza es, sin duda, un lugar tan apacible como histórico de acuerdo a las bellas líneas que, inscritas en los magnos cartapacios bajo resguardo en antiquísimos anaqueles de épocas inmemoriales que la describen, con sumo esplendor, aún permanecen indelebles; si se quiere, “por los siglos de los siglos, amén” (sin que parezca, en absoluto, una sátira y, más, una apología a la sublime “Señal de la Santa Cruz”, pero ese “por los siglos de los siglos”, es, indudablemente, el periplo que ha mantenido, a través de los tiempos, la “Ciudad de la Nobleza Aborigen”).

Popularmente “goticas”. Sí: esos denominados “espantabobos” __como lo llaman nuestras abuelas__, caían acompañados de un ruidoso y constante tic-tac, palpable, eso sí, sobre el cemento donde yacen las calles y los andenes municipales en tanto los transeúntes aumentaban su paso, como marchistas, en justas olímpicas, para llegar a sus lugares de destino (en especial, a sus casas) y refugiarse allí del agua que estaba por venir.

De repente, al observar el cielo, comenzaron a brotar centellas del negro nubarrón que anublaba, con rapidez, la ya aciaga noche. Era como si la furia de Dios se manifestara entre los cielos acompañada de unos voraces rayos que advertían una lluvia torrencial. A cántaros, __si se quiere__, como finalmente sucedió.

Perfectamente pude imaginar en mi memoria unas cuantas escenas cinematográficas del santiamén con el bolero de Manzanero “esta tarde (o noche) vi llover, vi gente correr y no estabas tú…” de fondo mientras a quienes “les cogía el aguacero” ya no marchaban sino corrían como atletas, sin parar, pero ninguna pareja amándose bajo la lluvia. Qué raro, ¿no…? Otros si, empapados, no tuvieron remedio que aterrizar como cisnes mojados al albergue donde unos pocos sin una gota de agua sobre nuestras vestiduras, __aclaro__, nos hallábamos para protegernos del agua (quizás bendita como aquella que, a la hora de la muerte, riega el sacerdote sobre el ataúd donde reposa el cuerpo impávido). Aunque permanecíamos incólumes, llegó un momento en el que nos carcomió el frío inmisericorde acompañado de una opereta de bostezos bajo la suplica a Dios, en silencio, que parara el diluvio.

Como nunca antes, la impertérrita soledad se apoderó del encantador Parque Principal Capitán Ernesto Esguerra Cubides: insigne aviador militar a quien se le rindió honores por medio de la Ley 89 de 1943 quién “en vuelo bajo su comando y en cumplimiento de su deber, con fecha 2 de junio de 1933, desapareció en la selva del Caquetá, en la época del conflicto colombo-peruano” (Art. 1).

Plazoleta que, frecuentada en días y noches aclimatados con agradabilidad __en especial, los días domingo__, por una muy buena cantidad de transeúntes del común quienes se sientan a tomar un descanso cortejado de una buena charla, un cigarro y un café para amenizar el soliloquio en varias de las bancas allí instaladas y engalanadas de unas pomposas zonas verdes que componen los frescos alrededores del lugar, asimismo la integran en su centro, cuasi circular, dos prepotentes esculturas: una, en distinción a “Los Zipas” con la estampa del escudo funzano en el que se plasma: “Villa Imperial y Agricultora”; y, otra, de magnifica construcción en honor a “Zaquesazipa-Sagipa” en cuya nomenclatura se describe lo siguiente: “(1539) Quinto y último Zipa de Bacatá, hermano del anterior Zipa, Tisquesusa. Reconocido y apoyado por su pueblo debido a su valor y fuerza en las confrontaciones con pueblos vecinos”.

Punto aparte, concluye: “Lideró a sus tropas en contra de los españoles, causándoles algunas pérdidas de importancia”.

Pero, para resaltar, en uno de sus cuatro puntos cardinales, se erige una hermosísima catedral bajo el nombre de “Santiago Apóstol” y otras edificaciones instaladas en su entorno como zonas bancarias y negocios comerciales (en su mayoría), y pretéritos domicilios, de estilo colonial, donde se aposenta, en una de ellas, el poder político-administrativo del municipio de Funza bajo la tutela de la alcaldía y el concejo respectivamente con las ondeantes banderas, al frente, del departamento de Cundinamarca, a la derecha; de la República de Colombia, en el centro y del municipio de Funza, a la izquierda.  

Es que, a decir verdad, aparte de su facultad primaria como municipio cundinamarqués colindante con la ciudad capital, Bogotá, su bello himno compuesto por el otrora avezado sacerdote jesuita, ya fenecido, Manuel Briceño Jauregui S.J. (Cúcuta, 3 de junio de 1917 - Madrid, España, 28 de octubre de 1992), igualmente la cataloga, en su primera estrofa, como “Trabajadora y Agricultora; encantadora Villa Imperial”, aunque sin menosprecio al agregado “Nobleza Aborigen”, ese sólo mote de ciudad __como viene denominándosele desde mediados del presente siglo__, no se puede dejar atrás, bajo ningún punto de vista, máxime que el desarrollo de su espacio geográfico, tras de notorio, avanza a pasos agigantados (a menos que alguien denote lo contrario).

Por citar: unidades residenciales con un tiempo de construcción no mayor a 20 años; el Biblioparque Marqués de San Jorge como actor fundamental en la proposición de actividades culturales al interior del territorio funzano a través de la lectoescritura; el magno complejo deportivo, “Cundeportes”, y la loable, “Villa Olímpica”, como centros para la propensión de la cultura física en toda la ciudadanía municipal; instauración de nuevos parques para los chicos en desarrollo de su recreación a través del deporte y el ejercicio físico; nuevas estructuras para estimular el pleno apoderamiento de la educación juvenil y la atención inmediata a los adultos mayores en uso de los servicios y programas incentivados por la política municipal que garantizan el ejercicio de sus plenos derechos; centros hospitalarios; supermercados; misceláneas; salones de belleza y exquisitas panaderías, forman parte del gran conglomerado social que hace posible la existencia y el funcionamiento diario de la ciudad del ”Varón Poderoso” o del “Gran Señor”. O de los “Guapucheros” como segundo gentilicio por excelencia de las funzanas y los funzanos. De aquel territorio en donde perdura ese sentir aborigen cuando aún encontramos en veredas y calles nombres como “El Coclí”; “El Cacique” (no de “La Junta”, como Diomedes Díaz); “El Hato”; “Bacatá Cacique”; “La Chaguya”; “Bellisca”; “Serrezuelita”; “La Fortuna”; “Samarkanda”; “Hato”; “El Sol”; “Tisquesusa” o “El Dorado”. O el renombrado Parque Ecológico Humedal “Gualí” __con un “Zipa” en el centro de la laguna__ que puede detallarse a la perfección en el límite hacia la entrada principal de la concurrida Calle 15 de Funza por la vía Fontibón – Río Bogotá.

Nada que paraba la lluvia y, en tanto, un par de jovencitas se disponían a correr bajo el agua. Cómo quien dice: “¡aún estamos jóvenes! ¡Eso qué “catarros” ni qué ocho cuartos!”. Y salieron despavoridas, como “alma que lleva el diablo”, hacia sus respectivas moradas. No aguantaron la impaciencia. Era más que lógico mientras, para combatir el desasosiego, me detuve por unos instantes a vislumbrar los banderines rojiblancos que colgaban de la baranda esquinera de la terraza principal de la sede de la administración municipal.

Banderines que, en resumen, significaban, en algo, la armoniosa celebración de los 485 años de la fundación de Funza, (hoy, “Ciudad Líder”), acompañada, en su apertura, de un magnífico desfile de bandas marciales de las instituciones educativas públicas “Colegio Departamental”, “Miguel Antonio Caro” y “San Román” sumándose a “Funza Marching Band”, INPEC y el Ejercito Nacional de Colombia encargado del gran desfile iniciado en la Plazoleta Marqués de San Jorge, contigua al Parque Principal.

También, dijeron ¡presente! otros espectáculos de orden artístico e histórico promovidos por el empoderado Centro Cultural Bacatá (CCB), en exposición, con sumo esplendor, de la época precolombina y colonial con atuendos propios de la época (harapos indígenas blanquesinos) y el tiempo republicano con ornamentos propios de la época color rojos y verdes para damas entre tanto los caballeros se engalanaron con sendos vestidos negros impecables.

De igual manera, la Feria para Emprendedores tuvo un merecido espacio en la concurrida celebración para muestras artesanales en aplauso al formidable talento de los trabajadores manuales o artesanos; botánica (plantas); vajillas y cerámicas; cueros y textiles; frutas y verduras y preparación de ricos alimentos (postres y galletería en general).

Hasta que, portentosamente, paró de diluviar en la que también podría denominársele “Ciudad de la ‘Bella Villa’” (como es catalogada Medellín en algunos cantares vallenatos). ¡Milagro! ¡Al fin podemos continuar nuestros respectivos caminos! __prorrumpió un viandante que escampaba en el lugar__ mientras, a lo lejos, ya, se veía a algunos cogiendo camino lejano hacia el barrio “El Lago” colindante con la Plazoleta del Marqués de San Jorge __popularmente conocida como la “Concha Acústica”__ y a otros, arriesgados, planeando sus respectivas rutas hacia “Siete Trojes” así la penumbra del fantasmagórico cementerio donde reposan calaveras y esqueletos antiquísimos les produjese susto.

Otros, nos direccionamos por la vía que transporta a la muy transitada Calle 13 donde se ubica, por mencionar, los vecindarios “El Porvenir” y “Serrezuelita” con la bendición de la mayor claridad posible que otorga el alumbrado público de esa zona.

A la postre, por ahí recorrí y, siempre he recalcado que Funza es una “pequeña Valledupar”. Por ello, la “Ciudad de la ‘Bella Villa’” regocijada como ya es costumbre por unos cuántos paseos vallenatos de antología que, a “full” sonido, se escuchan en los lugares de ocio que están entablados por ese sector. Vallenatos que, mi sentir valduparense, me anima a seguir queriendo hasta el fin de mi vida. Si no se escucha algo de populares y rancheras del ayer y de hoy, su distinguida clientela, con cerveza fría en mano, se “pone de ruana” los lugares cuando suena un clásico de “Los Zuleta”; o de Diomedes; o del “Binomio de Oro de América”; o de Jorge Oñate, “El Jilguero de América”; de Farid Ortiz, “Los Embajadores” y Miguel Morales, entre otros afamados intérpretes.

Así como también vengo recalcando que este indemne territorio albergado hace más de cinco siglos por esforzados aborígenes que, como herencia ancestral, le dejaron a Funza su fuerza y valentía, ¡está al revés! ¡Este cambio de sentidos viales tiene loco a medio territorio!: ciclas en contravía; __aparte de “Villa Imperial”, es la “¡Villa de las Ciclas!”__; sin ninguna iluminación; automóviles en doble sentido; la semaforización prácticamente paralizada en cuyos postes se recuestan algunos jóvenes a platicar y, “a la de Dios”, a la deriva, tener que pasar la avenida principal entre autobuses intermunicipales que prestan sus servicios de transporte hasta Bogotá – Portal 80 o alrededores de la Sabana; carros particulares y vehículos de carga pesada. ¡Ah!: cabe advertir que no faltan las motocicletas con su “pato” de acompañante; a decir verdad, la “Villa”, también, de las motos. ¡Y las ciclas! ¡Casi de los triciclos! y de un montón de queridos y queridas habitantes que caminan y disfrutan de su pueblo. De su ameno terruño.

Claro que, lo más risible de todo, sin sonrojo alguno, de esta pequeña historieta de la ciudad “Guapuchera” de grandes señoras y señores; de varones y varonas poderosos; de mayores y “mayoras” __sin querer politizar, valga aclarar__ llena de datos y pequeñas descripciones, es una pequeña cantina plagada de canciones vallenatas y otras más desde varios géneros musicales ubicada casi al frente de la funeraria de la muy andada Calle 13. Una especie de “Última Lágrima” (como aquella tienda de antaño en inmediaciones del mítico Cementerio Central de Bogotá) donde concurren los dolientes a despedir, entre sollozos y recuerdos, a su ser querido.

Infaltables, por sobre todas las cosas, los negocios comerciales instalados en la Calle 13: droguerías; tiendas de barrio; carnicerías; uno que otro salón de belleza y la cantidad de panaderías que se hallan en esa rúa. Risiblemente, alguien por ahí manifestó que Funza “es el lugar de las panaderías y los salones de belleza: ¡están en cada esquina!”. Y no está equivocado, en absoluto. Está en lo cierto. Así como podría ser el “Pueblito consentido de Bogotá”; prácticamente su hermano mayor, pues “Funza fue primero” __dicen algunos__, fundada por allá un 20 de abril de 1537. Bogotá, en cambio, el 6 de agosto de 1538. Es decir: se llevan un año de diferencia. Una localidad capitalina (por qué no) aunque su autonomía y poder local es insoslayable. Funza es Funza; Bogotá es Bogotá, “así estén cerquita”.

Diario de Tipacoque, no __en remembranza a la épica y bella obra literaria del curtido novelista colombiano, Eduardo Caballero Calderón (1910-1993)__. Sí de “Villa Imperial” a veces soleada; a veces, no. Entristecida por los diluvios monumentales que empantanan su espacio, sus mañanas o atardeceres, aunque __exclaman unos__, “llueva y haga sol a la vez, son las gracias de nuestro Señor”.

Sin más preámbulo: “¡Salud, Oh! Funza de mis amores, rincón de flores primaveral, trabajadora y agricultora, ¡encantadora Villa Imperial!


Nicolás F. Ceballos Galvis

Funza, 29 de abril, 2022

Comentarios

Entradas populares