POLARIZACIÓN, ¿DE NUNCA ACABAR?

Que mal precedente le está dejando a Colombia todas estas incubaciones ultraviolentas desde unas turbulentas redes sociales y el verbo social con relación a las temáticas políticas o en defensa de unos cuantos personajes políticos que ya parecen unos caudillos encolerizados por el poder y la idolatría de las masas. Y lo peor: Incubaciones deplorables que si no se gestan en un diario vivir convulsionado desde todos los ámbitos de la vida nacional entonces terminan enfrascándose en plenas épocas electorales -como la que se avecina- en elección de nuevos gobernadores; diputados departamentales; alcaldes y concejales tanto municipales como distritales (para el caso de Bogotá) y miembros de las Juntas Administradoras Locales (JAL) tal como lo dispone el Art. 260 de la Constitución Política de 1991.

A tenor de lo anterior, vienen dándose algunos hechos que, a la postre, han mantenido a la sociedad colombiana muy expectante desde la fuga del guerrillero “Jesús Santrich” hasta el caso de la fugitiva Aída Merlano o la tan mediáticamente “despampanante” indagatoria por parte la Sala de Instrucción Penal de la Corte Suprema de Justicia al actual Senador de la República por el partido extremista y unipersonal Centro Democrático Álvaro Uribe Vélez por los presuntos delitos de fraude procesal y soborno en linealidad con el tan sonado caso de los “falsos testigos”; como también, el roce en Twitter entre el Senador de la Lista de la Decencia o, si se quiere, Colombia Humana, Gustavo Petro y el exfutbolista Faustino Asprilla por la defensa del segundo a Uribe; o el contraataque del también Senador de izquierda Iván Cepeda Castro por las infracciones del mismo Uribe Vélez a la reserva del sumario contemplada por la Corte y correlativa a la indagatoria del pasado 8 de octubre.

En resumen, la Nación se yuxtapone hacia un estado de conmoción pues, esta permanente desazón político-social bravíamente encandila de manera descarada a una incuestionable polarización sin fin.

¿Hasta cuándo?

Todos estos roces sin sentido; todas estas disputas políticas fútiles en el parlamento; toda ésta genuflexión por parte de unos cuántos medios privados de comunicación y misarios facinerosos hacia Uribe y su partido; todas éstas desavenencias personales visualizadas en redes sociales entre los seguidores y detractores de Uribe y Petro -y viceversa- como si se tratase, pues, de la violencia liberal conservadora de los años cincuenta, del siglo pasado, pero ésta vez entre uribistas y petristas, entre otros aspectos como los fragmentados Acuerdos de Paz o la participación de la FARC en política, lo único que genera -más que una recia división social-, es una gravísima distorsión en una constreñida opinión pública bajo el entendido de una ruptura de la comunicación social que, sin temor a equivocarme, está produciendo una violencia generalizada en los colombianos a partir de la palabra y, en extremo, la eliminación de la diferencia desde el asesinato.

Llegaremos a un desorden tan descomunal que empezaremos a matarnos por mera política y esas épocas aterrantes no pueden volver a repetirse, aunque senténciese, desde ya, que “…pueblo que no conoce su historia está condenado a repetirla…”. Como tampoco podemos seguir cayendo en esa trampa tan estúpida de que, “el que es de izquierda -o grotescamente de “izmierda”-, es guerrillero o narcoterrorista vestido de civil”; o, “el que es de derecha es un paramilitar uribista”; inclusive, en el peor de los casos, un “lavaperros al servicio de las bandas criminales (bacrim)”.

Y, a todas éstas, ¿quién podrá cambiarle el rumbo a Colombia? Por ahora, no hay idea alguna aunque la solución será votar a conciencia -si es que no se la roban, como es costumbre-, este 27 de octubre. Pero, si en verdad, no hay quién, seguiremos siendo el mismo desastre sin remedio.

Coletilla. “…La conquista del poder cultural es previa a la del poder político y esto se logra mediante la acción concertada de los intelectuales llamados orgánicos infiltrados en todos los medios de comunicación expresión y universitarios…”. (Gramsci, A.).

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