ETERNAMENTE "GABO"

In memorian de Gabriel José García Márquez (Aracataca, Magdalena, Colombia, 6 de marzo de 1927; Ciudad de México, México, 17 de abril de 2014).

 

Frente a la opresión, el saqueo y el abandono, nuestra respuesta es la vida. Ni los diluvios ni las pestes; ni las hambrunas, ni los cataclismos: ni siquiera las guerras eternas a través de los siglos y siglos han conseguido reducir la ventaja tenaz de la vida sobre la muerte”.

 

(Extracto de “La soledad de América Latina”: discurso de aceptación del Premio Nobel de Literatura, 1982).

 

En estos tiempos de convulsión donde hasta “Ricaurte en San Mateo en átomos volando” en alusión al pedazo de la IX estrofa en honor al prócer de la independencia, Antonio Ricaurte (1786 – 1814), que, inscrito en el himno nacional de la República de Colombia, letrado por “El regenerador” cartagenero Rafael Núñez, (1825 – 1894), y musicalizado por el compositor ítalo-colombiano, Oreste Síndici (1828 – 1904), hoy más que nunca estoy convencido de que la nación extraña las más grandes plumas periodísticas y literarias del ayer que, a lo sumo, interpretaban, o bosquejaban, o significaban -o resignificaban, si era necesario-, la realidad de la vida nacional desde todos los frentes inherentes a la sociedad civil, comenzando, desde luego, por la política y los asuntos de Estado.

 

Lamentablemente, esas grandes plumas fueron las de ayer, -bien como ya lo retraté-, puesto que, las de hoy, -si al caso se les puede denominar (lo dudo) “grandes plumas” o “grandes opinadores”-, ahora, interpretan, o bosquejan, o significan o resignifican esta vida nacional que hoy nos toca llevar a cuestas por citar un ejemplo confabulando su actividad periodística con una activa y desmandada participación en política patrocinada sea por editoriales radiales donde un periodista deportivo en uso de su propio micrófono, a profusión, lanza desméritos a diestra y siniestra concluyendo con un amén; o bajo las catilinarias que publica una revista convertida en un partido político mediático donde su directora autoproclamada, ya, en calidad de antigobiernista y, de contera, a modo de flamante candidata presidencial, no hace otra cosa que generar zozobra permanente para,  como es su costumbre, echarle fuego a la coyuntura actual.

 

Empero, salvándose unos cuántos personajes periodísticos y literarios que abundan por ahí (unos, con probada experiencia y, otros, con destacada formación en comienzo de sus carreras) y conscientes de lo que hacen evocando, incluso, el ejercicio del sesudo escritor tolimense, William Ospina (1954), cuando hace más de veinticinco años se dio a la tarea de interpretar y resignificar nuestra idiosincrasia a través del célebre tratado “¿Dónde está la franja amarilla?” (Colección Biografías y Documentos, Bogotá, 1997), ya no hay en Colombia, siquiera, (a menos que me corrijan, valga acotar) un Tomás Carrasquilla; o un José Eustasio Rivera; o un Jorge Isaacs; o un Germán Arciniegas; o un Germán Castro Caicedo; o un Eduardo Caballero Calderón; o un Lucas, (el afamado, “Klim”, su hermano) o un Antonio (su hijo) -cuya prosa ¡esa sí que hace falta en estos tiempos!-, o un Luis Tejada, el cronista de otrora, o un Gabriel García Márquez, capaz, este sí, de interpretar, bosquejar, significar y hasta resignificar no solo a Colombia sino a América (tal como lo haría dos años más tarde su amigo personal, el portentoso cantautor panameño, Rubén Blades, en la canción de su autoría, “Buscando América” (1984) al entonar el recordable estribillo: “te han secuestrao’, América”), en su discurso de aceptación, “La soledad de América Latina”, al otorgársele el Premio Nobel de Literatura, 1982, por su obra cumbre “Cien años de soledad” (Editorial Sudamericana, Buenos Aires, 1967) “por sus novelas e historias cortas, en las que lo fantástico y lo real se combinan en un mundo ricamente compuesto de imaginación, lo que refleja la vida y los conflictos de un continente” (Fundación Gabriel García Márquez) y con la que, de seguro, bosquejó una nueva Colombia desde su inventiva, “Macondo”.

 

Si, “Macondo”: escena que, perfectamente, representada en la memorable melodía de navidades, “Los cien años de ‘Macondo’”, (Daniel Camino Diez) bajo la excelsa interpretación de Rodolfo Aicardi con la imperial, “Los hispanos”, cuando aduce: “Úrsula, cien años; soledad, Macondo” (Bis) más en su emblemático coro dicta: “eres epopeya del pueblo olvidado; forjado en cien años de amores e historias (Bis); imagino y vuelvo a vivir, en mi memoria quemada al sol”, fue el punto de partida del gran, “Gabo”, del eterno, “Gabo”, a efecto de construir, aunado a su actividad periodística, su prolífica vida literaria, -de por sí magnánima-, acompasada de un sinfín de fantásticas narraciones que solo su incomparable, inconfundible e inimitable poder de imaginación, plasmado en papiros de antaño, pudo él llevar a cabo a través de, en especial, sus cuentos y novelas, ambas cosas con justa razón instaladas en lo más alto de la historia universal de la literatura.

 

A pesar que el prominente fotógrafo Leo Matiz Espinoza (1917 – 1998) es hijo de Aracataca, se considera como principal del municipio magdalenense al nacido el día 6 de marzo de 1927 en el seno familiar conformado por don Gabriel Eligio García y doña Luisa Santiaga Márquez; año entre otras cosas correspondiente al inicio de las huelgas laborales que afrontó por intermedio de la represión el régimen del conservador Miguel Abadía Méndez (1926 – 1930) cuyo periodo sentenció el fin de la hegemonía conservadora no sin antes llevar a cuestas uno de los capítulos más sangrientos de la vida nacional conocido como “La masacre en las bananeras” acaecida entre el 5 y 6 de diciembre de 1928 y retratada al detalle en el debate: “Desenmascaramiento de la participación del ejército colombiano y la United Fruit Co., en la masacre de los obreros de las bananeras en huelga” consumado al interior del parlamento por el entonces representante a la cámara, Jorge Eliécer Gaitán, en la sesión en pleno del 3 de septiembre de 1929, y en cuya presentación del mismo editado a inicios de la década de los años setenta del siglo pasado por Ediciones Los Comuneros (Págs. 5, 6 y 7), se trae a colación tres extractos de la obra cumbre de “Gabo”, “Cien años de soledad”, -a la que denominó un “vallenato de 400 páginas”-, que, para la presente ocasión, en su honor, vale la pena citar textualmente así: 1.) “El decreto número 4 del Jefe civil y militar de la provincia, Carlos Cortés Vargas… “en tres artículos de ochenta palabras declaraba a los huelguistas CUADRILLA DE MALHECHORES y facultaba al ejército para matarlos a bala”. (Pág. 256). 2.) “Debían ser como tres mil”. (Muertos) (Pág. 259) y 3.) “En Macondo no ha pasado nada, ni está pasando, ni pasará nunca. Este es un pueblo feliz”. (Pág. 261).

 

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“Escribo todos los días, inclusive los domingos, de nueve de la mañana a tres de la tarde”: “Gabo”.

 

No cabe menor duda de la disciplina que alguna vez prorrumpió sin sonrojo alguno el Nobel, García Márquez: cónyuge de la respetabilísima, Mercedes Barcha Pardo, padre de los chicos, Rodrigo y Gonzalo, y miembro plenipotenciario del llamado “Boom Latinoamericano” en conjunto con Julio Cortázar (1914 – 1984), Carlos Fuentes (1928 – 2012) y Mario Vargas Llosa (1938), autor del ensayo “García Márquez: estudio de un deicidio” (Barral Ed., 1971). Y creería que la adquirió desde joven, aunque avanzaba según el aumento de su experticia tanto periodística como literaria.

 

Es que el periodista y escritor, “Gabo”, el editor y guionista, “Gabo”, escribió de todo: aparte de sus afamadas novelas y cuentos, tocó terrenos en la redacción de discursos; crónicas y reportajes; memorias y hasta en la exposición de críticas cinematográficas.

 

Así pues, comenzó a denotar su pluma a través de su primera propuesta de novela a la que tituló, en principio, “La casa”: eran los tiempos de bachiller recién egresado del Colegio Nacional de Zipaquirá (1947). En ese mismo lustro, siendo estudiante de la facultad de derecho y ciencias políticas de la Universidad Nacional, el diario El Espectador, su primera casa periodística en calidad de reportero (1954), publica su primer cuento, “La tercera resignación”, y, entre 1948 y 1949, los siguientes: “Eva está dentro de su gato”; Tubal-Caín forja una estrella”; “La otra costilla de la muerte” (1948); “Diálogo en el espejo” y “Amargura para tres sonámbulos” (1949). De igual manera, a través de dicho órgano periodístico, apareció la publicación de “Ojos de perro azul” (1950); “Nabo” (1951); “Alguien desordena estas rosas” (1952) y “Relato de un náufrago” (1970), en cuyo texto se recopilan una serie de sus reportajes periodísticos de su propiedad aparecidos desde 1955 acerca del marino, Luis Alejandro Velasco, quien, en palabras de El Tiempo (7.II.1994): “el marinero que, en 1955, estuvo 10 días a la deriva en una balsa luego de que una tormenta hundió el buque de guerra en el que viajaba de Estados Unidos a Cartagena”. (“Gabo ganó pleito por el ‘Relato de un náufrago’”.)

 

Aparte de “Cien años de soledad” y la recién estrenada, “En agosto nos vemos” (Random House, 2024), se citan, en su orden, sus demás novelas de antología: “La hojarasca” (Ed. Zipa, 1955); “El coronel no tiene quien le escriba” (Auguirre Ed., 1961); “La mala hora” (s. n., 1962); “El otoño del patriarca” (Plaza & Janés, 1975); “Crónica de una muerte anunciada” (La oveja negra, 1981); “El amor en los tiempos del cólera” (La oveja negra, 1985); “El general en su laberinto” (La oveja negra, 1989); “Del amor y otros demonios” (Alfred A. Knopf, 1994) y “Memoria de mis putas tristes” (Mondadori, 2004).

 

Adicional a lo anterior, se encuentra a lo largo de su meritoria bibliografía, digna de colección, su seriado de cuentos “Los funerales de la mama grande” (s. n., 1962) en donde se inmiscuye el manuscrito del mismo título más la inventiva “En este pueblo no hay ladrones”; “La increíble y triste historia de la cándida Eréndira y de su abuela desalmada” (Ed. Sudamericana, 1972) donde aparecen los principales “Un señor muy viejo con unas alas enormes” más el que titula el compilatorio; el ya citado, “Ojos de perro azul”, que, publicado, primeramente por El Espectador, en 1950, regresó a la escena literaria entre 1972 y 1974 (Plaza y Janés) y “Doce cuentos peregrinos” (Mondadori, 1992).

 

Dignos de nombrar entre la narrativa de no ficción que también aplicó en su destreza literaria el, asimismo, -ya referido-, “Relato de un náufrago”, (Tusquets Ed., S. A., 1970), y “Noticia de un secuestro”, (Mondadori, 1996), más la adaptación al cine de sus libros “Crónica de una muerte anunciada” (1987), “El amor en los tiempos del cólera” (2006) y el seriado que prepara la plataforma de streaming, Netflix, acerca de “Cien años de soledad” (2024).

 

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Fundador de la revista “Alternativa” (1974) y colaborador en la Escuela Internacional de Cine de La Habana (Cuba) (1986), cabe resaltar sus trabajos y participaciones periodísticas en los diarios “El universal” (Cartagena) (1948); “El heraldo” (Barranquilla) (1950); jefe de redacción de la revista “Crónica” (1952) y participante en: revista “Crítica de Bogotá” (1952) con la publicación del cuento: “La noche de los alcaravanes”; “Mito” (1955) con la publicación del relato: “Monólogo de Isabel viendo llover en ‘Macondo’”; “Momento” (Venezuela) (1957); “Venezuela gráfica” y “Élite” (1958); “Prensa latina” (Colombia) (1959) en conjunto con Plinio Apuleyo Mendoza; “El tiempo” (1959) con la publicación del cuento: “La siesta del martes”; “Cromos” (1959) con la publicación del reportaje: “Noventa días tras la cortina de hierro”; director de las revistas “Sucesos” y “La familia” (1960) y colaborador en la agencia de publicidad Walter Thompson (1963), sumando a esto diversas distinciones entre las que sobresalen, aparte del Nobel (1982): premio concedido por la Asociación de Escritores y Artistas (1955) por su cuento: “Un día después del sábado”; premio novela ESSO (1961) por la novela “La mala hora”; con-cesión del premio Rómulo Gallegos (Caracas, 1967) en el XIII Congreso Internacional de Literatura Iberoamericana; premio Chianchiano (Italia, 1969) por “Cien años de soledad” y designación Prix du meilleuer livre étranger (Francia, 1969); “Honoris causa” (Universidad de Columbia, Nueva York, 1971); premio internacional neustadt de Literatura (1972) y Rómulo Gallegos por “Cien años de soledad” (1972) y “Legión de honor” en el grado de comendador, otorgado por el gobierno francés (1981).

 

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Por todo lo anteriormente retratado a lo largo de la presente exposición, no me explico como carajos es que hace unos lustros atrás el pueblo colombiano eligió en calidad de “Gran colombiano” al señor expresidente de la República, Álvaro Uribe Vélez, sin siquiera voltear a mirar hacia la honorable persona del caballero de las letras, Gabriel García Márquez, quien, sea dicho de paso, hoy, estando por encima de la figura del caudillo, es el merecedor, por sobre todas las cosas, de tal dignidad, así su bendita alma se encuentre en estado de “realismo mágico” al interior de un más allá representado en su recóndito “Macondo”; como tampoco me explico la absurda nota de Guillermo la Torre al devolver el manuscrito de su autoría, “La hojarasca” (1951), de que “no estaba dotado para escribir (…) haría mejor en dedicarse a otra cosa”, sin tener en la cuenta que aquel muchacho se convertiría tiempo después en el próximo Nobel de Literatura.

 

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Eternamente “Gabo”: así nos esperen otros cien años de soledad más para tratar de interpretar, significar, resignificar y hasta bosquejar un venidero panorama o un realismo mágico, a manera de “Macondo”, en beneficio de esta cuasi herida de muerte patria colombiana.

 

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P.S. Datos complementarios acerca de Gabriel García Márquez consultados en las sendas cronologías inscritas en las ediciones del Grupo Editorial NORMA contentivas a “El coronel no tiene quien le escriba” (Acápite: CRONOLOGÍA, 1991) y “Crónica de una muerte anunciada” (pp. 34 – 73, 1993).

 

Nicolás Fernando Ceballos Galvis 

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