COLOMBIA: UN VISTAZO DESDE LA COMUNICACIÓN Y LA POLÍTICA
Bueno
y, ¿qué decir ante tanta impudicia si es la Colombia en la que estamos? Un
desastre sin remedio como lo prorrumpiría el controvertido librepensador
Fernando Vallejo, pero esta vez y, sin temor a equivocarme, consumidos hasta la
saciedad por un evidente desastre que, en resumen, permite medio se pueda
sobrevivir en una nación políticamente corrompida y comunicacionalmente
desinformada y malinformada.
De
todos modos, desastre cohonestado por una irrisoria política tradicional
colombiana, claro está, con el auspicio de los grandes grupos económicos
(entiéndase, oligarquía); y unos medios de comunicación de corte privado donde,
algunos de sus periodistas, terminan amañándose a las líneas editoriales
impuestas por los directores de las corporaciones mediáticas para las que
trabajan en defensa de ciertos intereses. Lógico: Existe la libertad de
información en esos medios aplicada en los noticiarios televisivos y radiales,
pero ¿de qué modo? Y, ¿a qué precio?
Pero,
primero, echemos un sucinto vistazo a ese país comunicacional si se quiere desde
lo social para, en últimas, entrar en detalle a ese país político. Bueno, si es
que puede definirse a Colombia como un país político -y democrático, valga
resaltarlo-.
Evidentemente,
existe una ruptura de la comunicación social en Colombia que, a la postre,
viene generando una violencia colectiva, a partir del verbo, -culpa de los
absurdos partidismos políticos- y expuesta desde un espacio público en común o,
en su defecto, a través de unas descontroladas redes sociales usadas a diario
para postear fotomontajes o publicar noticias falsas -o “fake news”, como se le
conoce a dicho fenómeno-, en desorientación ciudadana sobre diversas temáticas
(obviamente comenzando por el político) para propagar un odio social generalizado
hacia un espectro político o una personalidad política; y, sobre todo, se
aumente la tan acelerada polarización social que no debería entablarse en un país
tan necesitado de paz y reconciliación.
Fotomontajes
o “fake news” dirigidas principalmente y, en su mayoría, a personas políticas
representantes de la izquierda como es el caso de los senadores Gustavo Petro
del movimiento político Colombia Humana e Iván Cepeda del Polo Democrático
Alternativo (PDA); o, el uso de los denominados “Hashtags” (#), desde la red
social Twitter, en defensa o ataques permanentes contra los anteriormente
mencionados aunque, cabe aclarar que, en la mayoría de las veces, se
encontrarán campañas a favor o en contra de Álvaro Uribe y el mismo Petro pues,
se trata de dos políticos cuyas corrientes ideológicas que representan en la
actualidad son totalmente opuestas y las rivalidades personales, entre ambos,
viene de vieja data y agudizadas, más aún, desde la campaña presidencial de
2018 que dejó (mal) triunfador a Iván Duque.
Las
acciones de éstos en el abanico político o sus pasados abstrusos generan
bastante controversia. Por ejemplo, y así no lo ventilen algunos informativos
privados, las probadas relaciones del hoy senador Uribe con el narcotráfico y
el paramilitarismo o su inexorable octenio presidencial que no vale la pena
traerlo a colación, (en extenso); o la militancia pasada del senador Petro en
la guerrilla del M-19 (Movimiento 19 de Abril); los supuestos secuestros y
asesinatos que se le atribuyen o su dizque participación en la Toma del
Palacio de Justicia. Inclusive, su tendencia “chavista” o “comunista” cuando se
filtró el despropósito “quemará iglesias si llega a ser presidente” infundado,
eso sí, desde las huestes malévolas del uribismo en las pasadas elecciones
presidenciales.
En
fin… Todo este desbarajuste comunicacional e informacional incluyendo a los
medios privados de comunicación desde sus espacios noticiosos y de opinión que,
indudablemente, favorecen al gobierno o a quien lo preside pues, pocos son los
medios periodísticos llamémoslos “de oposición” que develan los malos
procederes gubernamentales (quizá, los medios alternativos), hacen que la
sociedad, en su conjunto, ejerza con miedo su derecho al sufragio; aumente el
conformismo; se maquillen las encuestas de percepción social para hacer creer
que “todo está bien” y termine por propagarse a través de las redes sociales
esa frase lapidaria “es mejor una Colombia empapada de corrupción que un
gobierno de ‘izmierda’ (como vulgarmente se identifica a dicho espectro
político) que termine llevándonos a una segunda Venezuela”. En síntesis, una
política del pánico desde la desinformación y la mal-información.
Ahora,
políticamente hablando, Colombia se configura, desde ahora, como un
narco-Estado. Así de simple. Un narco-Estado auspiciador de una corrupción
sistémica sin precedentes, plagada en las ya desgastadas ramas del poder
público e instituciones del Estado; comprador de votos por aquello del
vergonzoso escándalo de la “Ñeñe-política” que involucra directamente al actual
presidente Duque, al senador Uribe y al partido caudillista Centro Democrático
que vendría siendo, al igual que el partido FARC, algo así como una asociación
para delinquir; aniquilador de la diferencia a través del asesinato sistemático
de líderes sociales por considerárseles “simpatizantes de la subversión” o
simplemente “sapos al servicio de la izquierda”; una justicia endeble que, en
últimas, pareciera que estuviese auspiciando la impunidad para unos cuántos
-entre ellos, la del senador Uribe- porque “la ley es para los de ruana”; una
fiscalía vergonzosa desde la era de Néstor Humberto Martínez, alias “Cianuro”
y, para finalizar, una Corte Suprema de Justicia no sólo mancillada sino de “de
bolsillo” por sus dilaciones injustificadas con relación a la decisión judicial
que debe tomar con relación al proceso que le adelanta al ahora indiciado
Álvaro Uribe por la conformación de un cartel de “falsos testigos” que desvirtúe
las afirmaciones del denunciante Iván Cepeda sobre las relaciones de éste con
los paramilitares.
Narco-Estado
que, al fin de cuentas, lo reverdece una política tradicional compradora de
conciencias e incólume porque tienen a su servicio la rama judicial y, de paso,
el poder ejecutivo. Una rama judicial, pesimamente mal parada por las fugas del
guerrillero “Santrich” y la ventiladora Aída Merlano. Y, unos políticos por ahí,
intocables, como en la época de “Los Extraditables” cuando arrodillaron al
Estado mediante un terror inconmensurable o parecidos a Pablo Escobar cuando fue
congresista, pero por debajo de la mesa, camuflado como un narcotraficante más.
No más, basta el ejemplo de Uribe y José Obdulio Gaviria: Uno y otro, doctrinarios
sectarios, condiscípulos de Escobar y, hoy día, integrantes del Senado de la
República. Repito: Es la Colombia en la que estamos.
Vaya,
esto huele a un buldócer de la parapolítica.
Coletilla
1: Según informe del Ministerio de Salud y la Protección Social de Colombia, ya
son 9 las personas contagiadas por “Coronavirus”. ¿Uribe, será el número 10? Perdón
la intromisión.
Coletilla 2: Las manifestaciones sociales
contra la indiferencia y el desgobierno de la corrupción y el narco-Estado, se
harán notar, más que nunca, éste 25 de Marzo próximo. Ojalá, que el
“Coronavirus” no entorpezca la jornada para que se entone, en la protesta, el título
“Prohibido Olvidar” de Rubén Blades: “…Prohibieron las elecciones; Y la
esperanza popular; Y prohibieron la conciencia; Al prohibirnos el pensar; Si tú
crees en tu bandera; Y crees en la libertad; ¡Prohibido olvidar! ¡No te
olvides! ...".
Muy buen artículo Nicolás, no se ha perdido el tiempo investigando todos los pros y los contras; desde hace mucho tiempo hemos estado sumidos en un rifirrafe político donde los únicos perdedores seremos los colombianos, mientras que la clase política seguirá haciendo de las suyas... no hay de donde coger... ni para donde ir... lo felicito primo...
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